Parecía que no íbamos a llegar nunca.
Parecía que el destino nos quería jugar una mala pasada.
Parecía que nunca encontraríamos el Gorg de la Mola.
Pero que va.
Nada más lejos de la realidad.
A unos cabezones espartanos no se les puede engañar.
Aunque nos costó localizar la pequeña Aldea de San Vicens dels Horts, al final dimos con ella.
Fuimos para arriba.
Fuimos para abajo.
Al final llegamos a la urbe.
Desde el poblado, llegar al Gorg de la Mola era coser y cantar.
Aguas transparentes de color turquesa se precipitaban al vacío por cascadas infinitas.
Aguas frescas como Eao De Rochas bajaban nuestra temperatura corporal.
Pozas de aguas inacabables se sucedían ante nuestros ojos.
El retorno a Esparta fue otra cosa.
Como poseídos por las aguas bravas.
Como endimoniados por las aguas potables.
Lo dimos todo para regresar a Tierra Sagrada.
Mosquito delante tiró como un animal en celo.
Vicente detrás seguía muy de cerca a Mosquito.
La velocidad de crucero no disminuía.
La velocidad de crucero no perdía impulso.
Una vez en Esparta, pudimos observar la cuantía de PRs a los que habíamos dado sepultura.
Nuestros corceles estaban entonados.
Y nosotros aprovechamos el momento.
En el Gorg de la Mola...
La ruta y el perfil…
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No encontrábamos San Vicent dels Horts...
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