Cuenta la historia, que hace muchos, muchos años, en una tierra lejana, vivían dos jóvenes intrépidos.
Ambos estaban ávidos de aventuras, de nuevas sensaciones, de velocidad, adrenalina.
Llenos de vida, llenos de pasión.
Un día como cualquier otro, decidieron hacer una ruta en un tiempo récord.
Una ruta que escondía muchos peligros.
Una ruta que se adentraba en un mundo mágico.
Peligros, dificultades, larga distancia, gran desnivel.
Pero los jóvenes y apuestos amigos, no estaban por la labor de abandonar semejante empresa.
Así que decidieron embarcarse de lleno, en aquella aventura sin parangón.
Días atrás, una vieja aldeana de la zona, conocida como la Chamana del pelo cano, intentó, sin resultado, conversar con Vicente, uno de los 2 jovenzuelos.
Vicente, por aquel entonces, era impulsivo, arrogante, echado palante.
No tenía ninguna intención de escuchar los sabios consejos de aquella anciana mujer de ojos claros y pelo blanquecino.
A él nadie le podía enseñar nada a cerca de sus retos, de la montaña, de los bosques, de los rios.
Él estaba por encima de los demás, creía saber más que los demás.
Además, lo acompañaba su mejor amigo, Mosquito, que siempre que se metía en problemas, lo sacaba del atolladero.
Así había sido por largo tiempo, y así seguiría siendo.
Mosquito era más tranquilo, más noble, percibía el entorno de otra manera.
Analizaba las rutas, las nubes, los desniveles, siempre con el mismo objetivo, conseguir llegar a casa entero, de una pieza.
Y así protegía su integridad propia y la de todos aquellos que lo acompañaban.
Nunca exponía a nadie a peligros, que pudieran ocasionarles lesiones graves.
Así es pues, que aquella anciana, dejó escrito en un papel sucio, de un viejo almanaque, aquello que quiso contar a Vicente.
Dejó el papel en el poyete de la casa de Vicente, a la vista, casi estorbando el paso.
Y sí, Vicente vio aquel papelucho.
También sabía de quién podía ser.
Pero una vez más, sus ganas de demostrar su superioridad, su terca forma de vivir, le obligó a tirar el pergamino a un cubo del camino.
Ni siquiera lo abrió.
Ni siquierá lo leyó.
Y en aquel papel, decía:
-Cuidaros bien del camino, jóvenes.
-No miréis más allá de lo que delante tenéis.
-Cuando un tubo bajas sin frenos,
una maldición desatas en los avernos.
-Tal será la ira del señor oscuro,
que parecerá que habéis bebido bromuro.
-En el camino de la riera encontraréis,
aquello que con los frenos no detendréis.
-Los tentáculos de la oscuridad,
de vosotros no tendrán piedad.
-Cuidaros de las ramas,
no estáis en vuestras camas.
-Porque sobre vosotros se agarrarán,
y al suelo os lanzarán.
Y no le faltaba razón a aquella sabia mujer de olor a talco.
Y no le sobraban conocimientos a aquel ser misterioso.
Cuando Vicente se lanzó a tumba abierta por el tubo, hizo que Mosquito se jugara la vida para seguirlo.
Pero pasó algo más al margen de aquel suceso, algo que ningún joven percibió.
Despertó la ira del bosque, la profecía de la anciana.
Un suave viento despertó del bosque.
Una suave brisa envolvió la Comarca.
Y de este modo, cuando a las riera de Collbató llegaron, algo negro se cernía sobre ellos.
Los jóvenes no eran todavía conscientes, pero el bosque, las flores, los conejos, las mariposas, todos, todos sabían que algo oscuro sucedería.
Y sucedió tal y como predijo la centenaria señora.
Una rama del camino se aferró con todos sus nudos a la rueda delantera de Vicente.
Éste, trató de zafarse del palo ramoso con todas sus fuerzas, pero ya era tarde.
Demasiado tarde para escapar.
La rama de la profecía derribó al joven Vicente en un suspiro.
Lo devolvió de golpe y porrazo a la cruda realidad.
Vio ante sus ojos que no era tan listo como pensaba.
Vio que los sabios consejos hay que aprovecharlos siempre.
En el mismo instante que la rama cumplió su misón, a cientos de kilómetros de allí, una anciana mujer, de pelo blanquecino, sabia como ninguno, sintió en su corazón un fuerte pinchazo.
Pinchazo que vino acompañado de una lágrima dorada que brotó de los pliegues de su arrugado rostro.
La mujer, supo en ese momento, que su profecía se había cumplido.
Y se retiró a su humilde morada para hacer caldo para la cena.
Y así es como acaba esta historia, que dejó mal herido a Vicente y su corcel.
Pero que le enseñó una grandísima lección de vida.
...
La ruta y el perfil…
1 Reacciones:
Que gran fábula. No dejéis de leerla...
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