miércoles, 6 de marzo de 2013

Cuando perdí la cordura



Sin señales del enemigo a leguas, sin ningún poblado, burdel o doncella que necesitara de mis servicios, y con una calma, solo interrumpida por la constante lluvia, ¿qué oscuro motivo me llevaría a ensillar mi corcel y partir hacia la espesura?. Llamadme insensato, lo se. Pero el alma de un guerrero nunca descansa y la mía ya no podía aguantar más sin sentir el olor a sangre y acero y carbono flexionándose.


Así que, visto que la lluvia no cesaba, decidí realizar un sacrificio para el Dios del Trueno. Y como no tenía ninguna virgen a mano, degollé a una gallina; y claro, ya se saben lo putas que son; así que solo me sirvió para que amainara un poco, pero lo justo para emprender la marcha, y para enfurecer al señor del trueno. Pero claro, el cabrón de los cielos no podía dejar que acabara mi aventura con solo unas gotas sobre mi yelmo, y poco a poco fue aumentando el caudal de agua, mientras yo me dedicaba a esquivar lo que podía hasta llegar a casa. Al final, mojado pero saciado, colorín colorado, llego a la ducha nuevamente sudado.

3 Reacciones:

Mosquito Navarro dijo...

La lluvia nunca ha podido con un espartano, ni nunca podrá. Bravo Truji. Por cierto, ¿a la gallina como la ensartaste?

Truji dijo...

Nada, le mordí el cuello.

Salvador (http://amistadciclismoyvida.blogspot.com dijo...

Menos mal que lo has aclarado, la gente pensaba otra cosa ... en cualquiera de los casos, tiene mucho mérito.