Hoy hemos partido al atardecer, Vicente, Manuel Corsario y yo.
Ruta sencilla para hacer base y dejar que el cuerpo jarrilla lata de Vicente se reponga de los excesos.
Había tanto barro en el camino, que el sendero resultaba ser más feo que Monistrol en obras.
Manuel Corsario, que nos acompañaba con cierta incertidumbre por la ruta, acabó gozándola de pleno.
De hecho, Manuel comenzó reservón, a la cola del pelotón, pero pronto sus terminaciones nerviosas lo llevarían a la cabeza del grupo a tirar como si no hubiese un mañana.
Y es que es de todos conocido, que a Manuel, cuando se le pone una pista delante, con desnivel mínimo y calzada ancha, entra en fase dopamina.
Sus ojos se inyectan en sangre como si se hubiese metido tres rayas con canuto y todo.
Sus piernas se ensanchan 3 centímetros como si hubiese metido 12 bars de presión.
Y el martillo pilón comienza a martillear los pedales de forma síncrona, acompasada, pese al plato ovalado.
Así que en un visto y no visto, nos sube a todos el pulso hasta el infinito y más allá para tratar de seguirlo.
Lo positivo del tema es que revientas todos los PRs que puedas tener en llano si lo sigues.
Lo negativo es que dejas a tu compañero de fatigas Vicente, lejos, ausente, silenciado, lagrimando.
Al final, buena ruta, buena compañía, y buenas sensaciones.
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Buena salida.
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