Cuando miramos al cielo, no teníamos duda.
Cuando miramos al rádar, no había dudas.
Cuando comprobamos el pronóstico meteorológico, estaba claro.
Hoy no era un día propicio para salir.
Todos los condicionantes apuntaban en la misma dirección.
Hoy nos íbamos a mojar, sí o sí.
Y así es como el Rey de Esparta se autoconvenció para evitar mojarse.
Además, si mirabas al cielo, cualquier atisbo de duda se esfumaba de inmediato.
Nubes negras como el tizón acechaban en las capas altas de la atmósfera.
Casi asustaba mirar hacia arriba.
Pero como es de costumbre en esta tierra de héroes, nos consultamos unos a otros para saber de nuestras intenciones.
Y como también es costumbre en Esparta, mi compañero Vicente lo tenía claro, quería salir y consideraba que no nos mojaríamos.
Así que con más miedo que ganas, nos armamos de valor y nos tiramos al prado.
En todo momento fuimos esquivando las negras nubes, incluso nos cayeron cuatro gotitas que ni nos mojaron.
Cambiamos de itinerario intentando alejarnos de los negros nubarrones que se cernían sobre nuestras cabezas.
Y así llegamos hasta San Vicens dels Horts, sin mojarnos.
Aquí dimos la vuelta para retornar a Esparta, y….. milagro, las nubes se habían abierto a ambos lados, dejando un pasillo celestial despejado.
Precisamente el pasillo sin nubes era por donde transcurría nuestro retorno a Esparta.
De hecho hasta el sol hizo acto de presencia, haciéndonos olvidar por completo de que sólo una hora antes estábamos convencidos que acabaríamos mojándonos.
Gracias a la gente inconsciente como Vicente, Esparta puede salir a pesar de las condiciones ambientales y no sufrir ningún contratiempo.
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Y no nos mojamos.
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