Hoy sí que sí Vicente estaba algo cansado.
Y así me lo hizo saber en cuanto me vio aparecer saliendo de mi Castillo, cruzando el foso de los cocodrilos.
Su cuerpo le dijo PARA, y él escuchó su voz interior por primera vez.
Y por primera vez quiso hacer caso a ese susurro interior que le recomendaba relajarse.
Pero si alguien conoce bien a este curioso personaje, ese soy yo.
Y a mí no me la pega.
Sabía que en algún momento entraría en modo explosión, dándolo todo y haciendo que mis revoluciones cardiacas subieran exponencialmente.
El problema es que no sabía en qué momento se produciría su deflagración expontánea.
Así que mientras deanduvo en modo ESTOY CANSADO, gozamos de una charla distendida, sin sonrojarnos.
Tan solo las nubes de mosquitos perturbaban nuestra aparente calma.
Era complejo abrir la boca para decir algo y no meterse media docena de golpe.
Pero cuando un Carretero osó adelantarnos en asfalto, en la carretera de las Carpas, yo ya intuí que el final de la vida placentera tendría los días contados.
Y más cuando de reojo veía que nuestro irrespetuoso amigo Carretero no se acababa de alejar mucho de nosotros.
Ahí me quedó claro que me quedaba poca paz en esta salida.
Y un Rey sabio es sabio porque sabe lo que va a acontecer de forma prematura.
Y así fue.
Sólo unos kilómetros después, noté que, misteriosamente, la velocidad de crucero se iba incrementando.
También era lógico que el pulso se acelerara.
Y además, nuestro amigo Carretero cada vez estaba más cerca.
Y en la rampa final antes de llegar a Esparta, el hachazo final.
Lo pasamos como un huracán y le levantamos las enaguas.
Se puso colorado y por vergüenza tuvo que intentar redimirse volviendo a pasarnos, no sin antes comentarnos:
-Madre mia, uno no se puede relajar…
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Relajadito.
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