Llegué a mi castillo cansado, desmotivado, sin ganas de combatir.
La jornada en el senado, cerrar tratados, concluir pactos.
Todo ello me dejó abatido cuando abrieron los portalones de mi castillo.
A pesar de ello, me coloqué el yelmo, la coraza, cogí el escudo, la espada, y monté a mi jovencísimo corcel.
Salimos en busca de aventuras minutos antes de que el sol dejara de calentar nuestras almas.
La oscuridad pronto helaría nuestros corazones.
Y entonces es cuando me quedé sin la antorcha trasera.
Antorcha importante para que otros jinetes me avisten en la lejanía y procuren mantener la distancia.
Intenté darle solución al asunto y lo conseguí, gracias a mi inacabable fuente de imaginación.
Retomé el camino, pero algunos senderos, de noche, me parecían nuevos y algunos muy tapados de vegetación.
En varias ocasiones tuve que desandar el camino y volver sobre mis pasos, algo inaudito en mí.
Al final, completé una ruta sencilla pero que llenó mi corazón de alegría.
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Sumando kilómetros.
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